LA HOJA DE RUTA PERSONAL

A menudo no nos damos cuenta de que la vida es finita y puede terminar en cualquier momento, hasta que nos sucede algo dramático. Vivir no es pasar el rato. Por Alex Rovira Celma. Ilustración: A. Vázquez





"La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir" repetía el eminente psicólogo Carl Gustav Jung a sus pacientes. El tiempo fluye, los días pasan, y cada segundo que vivimos es un momento que ya no volverá. La vida, nuestra vida, avanza im­placable. Porque una cosa es estar vivos, y otra, bien distinta, es vivir la vida. Una cosa es ser simples espectadores del tiem­po y el espacio que nos acompaña y defi­ne el escenario en el que nos movemos, y otra muy diferente es intervenir en el guión para modificar en la medida de nuestras capacidades y responsabilidades dicho escenario.

Pero ¿hemos recibido las mínimas nociones necesarias para construir una hoja de ruta personal que nos permita definir proyectos anhelados, talentos que queremos desarrollar, iniciativas que queremos consolidar, causas a las que queremos contribuir, experiencias que deseamos vivir, legados que queremos dejar?
Mas bien diría que no. Lo habitual es tirar millas y dejar en manos de la inercia y la rutina el devenir. Desafortunadamente, en lugar de considerarse una reflexión necesaria y útil para dotar de dirección y sentido a nuestra vida, el hecho de plantearse construir una hoja de ruta personal parece, hoy por hoy, mas bien un ejercicio de ingenuidad o el resultado de una crisis.



EL TIEMPO ES BREVE. VIVE EL MOMENTO


"Todo el mundo sabe que se tiene que morir, pero casi nadie se lo cree"
MORRIE SCHWARTZ


Robin Williams susurraba como una leta­nía carpe diem (vive el momento) a sus alumnos en la película "El club de los poetas muertos", mientras estos contemplaban en las vitrinas de su escuela viejas fotografías en color sepia de muchachos de su misma edad que pasaron por allí hacía largo tiempo y que ya habían muerto. La juventud del presente contemplando la que había sido y ya no era servia como provocación al apasionado maestro para despertar a sus alumnos la conciencia de que el tiempo es breve, y de que merece la pena beber cada instante de la vida y crear un proyecto vital acorde con los anhelos de cada uno. A diferencia de lo que proponía el protagonista de la película a sus alumnos, a medida que pasa el tiempo y observo alrededor, crece en mi, la viva sensación de que dejamos lo esencial para después del funeral. Me refiero a la reflexión sobre las cuestiones importantes de aquello que da sentido a nuestra vida lo que la nutre, lo que aporta profundidad a nuestras experiencias, calidad a los momentos vividos, gratificación emocional e intelectual, vínculos afectivos potentes, islas de sentido, sensación de cumplimiento y de plenitud: aquello por lo que merece la pena hacer el esfuerzo de cons­truir nuestra hoja de ruta y comprometernos hacerla realidad.


Uno tiene la ocasión de constatar tal fenómeno en los desgraciados momentos que a todos nos toca vivir cuando se trata de despedir a alguien cuya muerte no estaba prevista en el guión. Como en "Cua­tro bodas un funeral", la muerte del amigo o del ser amado que llega inesperadamente nos suele llevar no solo al inevita­ble duelo, sino también a cuestionarnos los para que de nuestra propia existencia y, eventualmente, a apretar el acelerador del coraje y atrevernos a crear nuevos escenarios existenciales. El accidente mortal, el infarto o la enfermedad terminal nos hacen abrir los ojos súbitamente, con dolor, incredulidad, terror y angustia. Entonces, la fragilidad de la vida nos desnuda y abre la puerta a reflexiones y sentimientos que nos llevan a planteamos que sentido tiene la vida, nuestra vida; que hacemos aquí y si el modo en el que lo estamos haciendo nos convence o no.

Como en "Mi vida sin mi", de Isabel Coixet, la lucidez aparece por lo que podríamos llamar el efecto bofetada. Lo que no nos planteamos por convicción nos estalla en las narices por compulsión y reclama una respuesta. Entonces, la reflexión sentida y el sentimiento pensado se imponen. Ambos se necesitan para construir una hoja de ruta personal con un mínimo de sentido que alivie los efectos de la crisis y permita seguir andando con esperanza y con un propósito existencial.



RESIGNARSE, IMAGINAR 0 ACTUAR


"La resignación es un suicidio cotidiano” HONORÉ DE BALZAC


Frente a la opción de construir y llevar a cabo una hoja de ruta personal existe la alternativa del abandono, de la resignación. Pero esa elección no resuelve ni la angustia, ni el malestar. Mas bien los acrecienta. Porque resignarse, como ser cínico, es fácil. Argumentos para la resignación y el cinismo jamás han escaseado en la historia, y tampoco lo harán en el futuro. Frente a ello, lo difícil, lo complejo, porque implica un comprormiso y una acción coherente, es arremangarse y trabajar para cambiar y crear las circunstancias que dan sentido a la vida y hacen de este mundo un lugar mas habitable para todos. Diseñar una hoja de ruta per­sonal, pero, por encima de todo, llevarla a la práctica, ese es el reto. Un reto que, como tal, es un ejercicio de consciencia, coraje, responsabilidad y perseverancia.
Y es que no conviene confundir el diseño de una hoja de ruta personal con una declaración de intenciones o una lista de buenos propósitos. Cada mes de enero o septiembre llega el momento de los bue­nos propósitos. Entonces es fácil, incluso obvio, detallar una lista de buenas inten­ciones: adelgazar, hacer deporte, aprender algún idioma, leer más, dejar de fumar... Pero una hoja de ruta es mucho mas por­que implica no solo una intención o un deseo, sino el compromiso para que eso se haga realidad en un contexto de planteamiento de vida mucho mas amplio. Precisamente, los buenos propósitos tienden a fracasar y durar por lo general muy poco porque no están ubicados en un contexto mas global que implique un cambio sistemático y significativo del estilo de vida.


EL NORTE DE NUESTRA BRUJULA INTERIOR: EL AMOR


“No hay cura para el amor pero el amor es la cura para todos los males" LEONARD COHEN


Pero ¿para que vivimos? por donde empezar a diseñar esa hoja de ruta? No es tan fácil saber lo que queremos, y menos, responder que es lo que da sentido a nues­tra vida.Para dar un primer paso, existe un ejercicio sumamente útil. Se trata de responder aquella pregunta que el doctor Viktor Frankl hacia a algunos de sus pacientes tras su experiencia como superviviente en los campos de exterminio nazis. Él, que sobrevivió a aquella terrible expe­riencia en cuatro campos de exterminio, entre ellos el de Auschwitz, donde murió asesinada toda su familia, constató en su propia piel y en la de otros supervivientes que "quien tiene un por que vivir, encontrará siempre un como" y observó que esa regla era también útil y aplicable a situaciones cotidianas. Por ese motivo, y una vez finalizada la guerra y liberado del terror, cuando retomo su consulta psicológica y alguno de sus pacientes le decía que se encontraba deprimido, él le preguntaba, ajeno a toda ironía y sarcasmo: "Y usted, por que no se suicida?". Ante una pregunta de tal calibre, el paciente normalmente respondía que no lo hacía porque había alguien a quien amaba y con quien deseaba permanecer, cuidar o compartir la vida, o porque quería llevar a cabo algún proyecto. "Bien, entonces ponga su energía en cultivar la relación con esa persona o en crear las circunstancias para que el proyecto que tanto desea se lleve a cabo" era el estilo de su respuesta.
Dicho de otro modo, lo que da sentido a nuestra vida, el eje de cualquier hoja de ruta personal, es el amor. Puede ser el amor a alguien o el amor a algo (un pro­yecto pendiente, un viaje anhelado y aún no realizado, una causa a la que queremos contribuir...). El amor esta en el origen de toda hoja de ruta, pero es mucho mas que el punto de partida: es también la fuerza que nos mueve a avanzar.
Luego, quizás para comenzar a diseñar nuestra hoja de ruta, la cuestión es plantearnos: que es aquello por lo que decidimos seguir viviendo?, que haríamos ahora si supiéramos que nos quedan, por poner una cifra, seis meses de vida?, que es aquello que amamos y por lo cual merece la pena trabajar para dejar un legado que sea útil?
Responder a estas cuestiones puede darnos unas primeras pistas útiles para nuestra brújula interior.



ACCION!


"Los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo están haciendo"
THOMAS EDISON

Pero la hoja de ruta requiere, además de las respuestas anteriores, otros elementos de naturaleza mas concreta, mas práctica. Para ello es necesario tomar lápiz y papel y dejar por escrito determinados aspectos que configuraran el mapa del viaje interior y exterior que queremos iniciar:

1. Descripción de los motivos del cambio. Consiste en expresar y enumerar deliberadamente las circunstancias que motivan el deseo de cambio de uno o varios aspectos de nuestras circunstancias corrientes. El hecho de obligamos a escribir sobre ello nos permitirá tomar mayor conciencia de aquello que tiene valor para nosotros y de lo que nos llama a ser modificado.
2. Elaboración del listado de objetivos personales. Es importante concretar los retos y especificarlos en forma de objetivos. Nos obliga a activar nuestra imaginación y a visualizar el nuevo escenario. Un ejercicio que es útil para poder empezar a ver y valorar que toda utopía es fácil de pensar, pero harto complicada de realizar.
3. Recursos necesarios para conseguir esos deseos. Todo cambio implica una renuncia. Toda apuesta, una inversión. Cualquier viaje supone el ejercicio continuo de elecciones que implican descartes. Por ello conviene tener claro cual será el precio que a modo de inversiones en, esfuerzo o recursos económicos deberemos asumir, y si estamos dispuestos a ello.
4. Tiempo estimado de realización. Sin una fecha de realización no existe compromiso. Por ello es razonable definir un escenario temporal en el que queramos ver como se concretan los cambios y empezar a movemos cuanto antes.
5. Firma. El último punto es el mas importante de todos. Para que se ejecute, una hoja de ruta personal requiere un firme compromiso. Requiere una firma. Sin ella no hay apuesta, no hay confianza; los puntos escritos anteriormente no los hacemos nuestros, no nos pertenecen si no damos validez al contrato que hemos redactado con nosotros mismos.


Parece un ejercicio simple y fácil, incluso banal. Pero no lo es, en absoluto. En realidad, pocas personas están dispuestas a asumir este simple ejercicio. El mero hecho de ponerse a escribir implica reflexionar sobre cuestiones que tenemos aparcadas y pendientes. Y eso no es cómodo. Pero el ejercicio resulta sorprendente y, sin duda, revelador.


Para aquellos que asuman el reto, feliz hoja de ruta y buena suerte.

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